Taller
En un mundo cambiante, ¿cómo hablar de la misericordia?
XIII Jornadas del Instituto Superior
de Ciencias Religiosas de la Universidad Pontificia de México, del miércoles 2
al viernes 4 de marzo de 2016
Ciudad de México, jueves 3 de marzo de 2016
Objetivo del taller: tomar consciencia de las condiciones y situaciones del mundo actual que,
aun en medio de contextos adversos y desafiantes, constituyen lugares propicios
para la vivencia de la misericordia.
Primer
momento: Un mundo cambiante
Ver al mundo desde el cambio—. Hacia la mitad del siglo sexto de nuestra era un filósofo y
matemático bizantino, Simplicio de Cilicia, atribuyó la frase griega “Πάντα
ῥεῖ” (todo fluye)
a Heráclito, el antiguo filósofo de Éfeso del que hablaron también Platón en su
diálogo Cratilo y Aristóteles en los
libros I, IV y XII de su Metafísica. Así
pues, entre los siglos V y VI antes de nuestra era, en la Grecia antigua, se
fraguó la doctrina ontológica que conocemos bajo el nombre del “perpetuo devenir”
o del “flujo perpetuo”, la cual concebía a todo cuanto existe en un constante e
irremediable cambio y transformación. Un poco más de veinticinco siglos
después, esta doctrina ontológica se convirtió, la mayoría de las veces de modo
inadvertido, en una muy común y popular manera de ver el mundo y la realidad. Las
últimas décadas han sido un continuado escenario de cambios drásticos y profundos
en todo el planeta —cambios estructurales sociales y políticos, mundialización
de la economía y el comercio, globalización, desarrollos científicos y
tecnológicos, etcétera—, cambios que han llenado páginas y páginas en
innumerables trabajos y estudios de las sociedades contemporáneas. Inclusive no
han faltado quienes sostienen que se ha fraguado un cambio de época. El cambio de época se ha ido abriendo paso
inexorablemente y de modo vertiginoso, dando lugar a una nueva época marcada precisamente
por el cambio.
Las personas también cambian—. Pero no es sólo el mundo, las cosas, los hechos o el contexto
lo que cambia, sino que también las personas viven —y muchas veces padecen— en mayor o en menor medida un
cambio. En general, puede identificarse este cambio gradual y apresurado en las
actuales generaciones que se van sucediendo, en sus cosmovisiones, en sus
comportamientos y en las maneras de dirigirse en medio del mundo y de la
sociedad. Por ejemplo, los jóvenes de ahora cuentan con ideales, modelos,
paradigmas y otro tipo de referencias bastante diferentes de los de los jóvenes
de hace tres o cuatro décadas. En el ámbito de las modas, los jóvenes de hoy
ven con bastante lejanía y extrañeza ciertos tipos de ropa, de cortes de
cabello, de juegos, de intereses, de frases,
de expresiones, de gustos, etcétera, aunque en realidad no sea mucho el
tiempo que esas cosas han dejado de estar de moda; se habla de la música de los
setenta y de los ochenta como si fuera música antigua, que ha pasado a ser
anticuada o, en mejores casos, música que se ha vuelto ‘clásica’ o parte de una
moda ‘retro’. Pero no solamente los jóvenes han sido sujetos del cambio de
época, sino toda la sociedad ha estado sujeta a este mundo de transformaciones.
En medio del cambio, los riesgos del eterno retorno de lo mismo—. Pero ¿qué sucede si todo cambia, si
todo pasa y nada permanece? Si nada es fijo o estable, si todo pasa y nada
queda, deja de haber referencias, nortes, principios, fundamentos, verdades, puntos
absolutos y objetivos que valgan para todos y que permitan una orientación. En
este torbellino interminable de momentos y acontecimientos el sujeto, la
persona humana termina disolviéndose y siendo engullido por ese tornado azaroso
y fortuito de instantes y eventos. En esta inconsistente realidad, el sujeto
humano tampoco permanece, tampoco queda y se vuelve un prisionero del devenir,
un reo de lo que aquel profeta de la postmodernidad llamó el “eterno retorno de
lo mismo”, sumergido en una realidad inapresable y orillado irremediablemente
al tedio y al fastidio que emergen de la era del vacío y del sinsentido. Max
Weber, recogiendo una expresión de George Simmel, denominó a estos rehenes de
la era del vacío los “últimos hombres”, “especialistas sin espíritu, hedonistas
sin corazón”. No es de extrañar, por lo demás, que en esta realidad sin
substancia ni consistencia, termine dándose lo que los analistas de la cultura
han llamado en unas ocasiones el “eclipse de Dios” o, en otras, llanamente la
“muerte de Dios”. Así, en medio de este mundo sin verdades ni dioses,
desterrados de cualquier centro o incluso de cualquier sitio particularmente
interesante, igualados al sin fin de cosas que acontecen sin ton ni son en el torrente
del mundo, “hartos de todo, llenos de nada”, como reza uno de nuestro himnos,
los habitantes de la nueva “jaula de hierro” terminan buscando asirse
desesperadamente a cualquier cosa que se les presente a la mano en un intento
de hallar un sentido, una razón, un porqué al menos aparente, teniendo lugar lo
que Hugo Hiriart escribe en su fascinante Galaor:
“Si tan sólo te ocurren cosas, si los hechos te recubren, te bañan como el agua
del río, entonces, nada tiene sentido; entonces tienes que pensar e inventar
para que todo simule tener sentido”.
Actividad: en equipos plantee y
responda las siguientes preguntas:
Pregunta
1
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Dirigiendo una mirada al entorno en el
que vives, ¿cuáles han sido los cambios más drásticos o los que más
profundamente han afectado tu vida en los últimos años?
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Pregunta
2
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Haciendo una comparación muy general
entre nuestro mundo presente y el mundo como era hace unos treinta o cuarenta
años, ¿cuáles crees que sean los aspectos en los que puede verse con claridad
que las personas han cambiado?
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Pregunta
3
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Desde tu experiencia personal, ¿cuáles
crees que sean las principales consecuencias que el cambio de época ha traído
para la manera como las personas ven y valoran el mundo y la vida?
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Segundo
momento: La misericordia en un mundo
cambiante
La misericordia como principio—. Ante la desolación de un mundo sin sentido ni consistencia,
en el siglo pasado algunos pensadores intentaron rescatar algo del poco valor
que quedaba en el mundo y en el ser humano. Así, por ejemplo, apareció el Principio esperanza, del gran filósofo
neomarxista Ernst Bloch, quien partiendo de eso que el ser humano tiene ante
sí, de lo que se halla en espera, en el temor a perderse o en la esperanza de
lograrse, de esos sueños que las personas sueñan cuando están despiertas, este
filósofo delinea la posibilidad de un mundo más humano para todos los seres
humanos. Bastante tiempo después, otro filósofo también de origen judío, pero
en las antípodas respecto de la orientación ideológica de Bloch, Hans Jonas,
escribe el Principio responsabilidad:
ensayo de una ética para la civilización tecnológica. Esta obra incluye el
deber moral de proteger la naturaleza en razón de la constatación del gran
poder de transformación de la tecno-ciencia, por la cual el ser humano irresponsablemente
ha llegado a poner en peligro a planeta en tanto un mundo habitable por él, y,
en consecuencia, se ha puesto en peligro a sí mismo. Como puede observarse, el
giro está puesto en la responsabilidad, que es la carga de la libertad, que obliga
al hombre a actuar con cautela y humildad de cara a un futuro real previsible.
Pero vayamos a otra obra que, para
nuestro tema, nos puede interesar más, una obra esta vez no filosófica sino
teológica: el Principio misericordia, del
gran teólogo vasco Jon Sobrino. Esta obra redescubre que la reacción
fundamental ante este mundo de víctimas es el ejercicio consecuente de la
misericordia, pero no entendida como el conjunto de “obras de misericordia”,
sino como estructura fundamental de la reacción ante las víctimas de este
mundo. Esta estructura consiste en que el sufrimiento ajeno se interioriza en
uno, y ese sufrimiento interiorizado mueve a una re-acción (acción, por lo
tanto) sin más motivos para ello que el mero hecho del herido en el camino. Como
nos lo muestra la revelación, “la misericordia es la reacción correcta ante el
mundo sufriente, y que es reacción necesaria y última; que sin aceptar esto no
puede haber ni comprensión de Dios ni de Jesucristo ni de la verdad del ser humano,
ni puede haber realización de la voluntad de Dios ni de la esencia humana.
Aunque la misericordia no sea lo único, es absolutamente necesaria en la
revelación (y en último término, véase Mt 25, absolutamente suficiente)” (El principio misericordia, p. 67).
Sobrino insiste en que la
misericordia no debe ser sólo una actitud que está (o no está) en el inicio de
todo proceso humano, sino que es un principio
que configura todo el proceso posterior. “Por «principio-misericordia»
entendemos aquí un específico amor que está en el origen de un proceso, pero
que además permanece presente y activo a lo largo de él, le otorga una
determinada dirección y configura los diversos elementos dentro del proceso.
Ese «principio-misericordia» —creemos— es el principio fundamental de la
actuación de Dios y de Jesús, y debe serlo de la Iglesia” (El principio misericordia, p. 32). La obra del teólogo se vuelve
crítica de una humanidad sin misericordia, que alaba las obras de misericordia
pero que ella misma no puede guiarse por el principio misericordia.
La misericordia como actitud fundamental y como forma de ser y de actuar—.
La misericordia es
más que un gesto o un sentimiento; ella “informa todas las dimensiones del ser
humano: la del conocimiento, la de la esperanza, la de la celebración y, por
supuesto, la de la praxis. Cada una de ellas tiene su propia autonomía, pero
todas ellas pueden y deben ser configuradas y guiadas por uno u otro principio
fundamental. En Jesús —como en su Dios—, pensamos que ese principio es el de la
misericordia” (El principio misericordia,
p. 38).
Esto se puede aplicar también a la
Iglesia: “Este «principio-misericordia» es el que debe actuar en la Iglesia de
Jesús; y el pathos de la misericordia es lo que debe informarla y configurarla.
Esto quiere decir que también la Iglesia, en cuanto Iglesia, debe releer la
parábola del buen samaritano con la misma expectativa, con el mismo temor y
temblor con que la escucharon los oyentes de Jesús: qué es lo fundamental; en
qué se juega todo. Muchas otras cosas deberá ser y hacer la Iglesia; pero, si
no está transida —por cristiana y por humana— de la misericordia de la
parábola, si no es, antes que nada, buena samaritana, todas las demás cosas
serán irrelevantes y podrán ser incluso peligrosas si se hacen pasar por su
principio fundamental” (El principio
misericordia, pp. 38s).
Hablar de la misericordia en un mundo cambiante—. A pesar de los matices catastrofistas
que frecuentemente ensombrecen los actuales escenarios mundiales, hay que
reconocer que no todo está perdido: aun en este mundo dañado por la
inclemencia, la avaricia, el egoísmo, la indiferencia y la inhumanidad, hay un
resto que se mantiene sensible a ciertas causas o valores que ennoblecen al ser
humano y al mundo en el que habita.
1) Vivimos en
un mundo sensible, por ejemplo, a las grandes causas y luchas en favor de la
justicia. “La misericordia no es
contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el
pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y
creer. La experiencia del profeta Oseas viene en nuestra ayuda para mostrarnos
la superación de la justicia en dirección hacia la misericordia” (Misericordiae vultus, 21). “No son dos momentos contrastantes entre
sí, sino dos dimensiones de una única realidad que se desarrolla
progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor” (Misericordiae vultus, 20).
2) Asimismo
vivimos en un mundo sensible e interesado por lo concreto, por lo singular, lo
irrepetible y lo insustituible. Incluso ante el riesgo de no advertir el bosque
por estar tan interesado en el árbol, nuestro mundo busca lo concreto, lo
palpable, lo tangible, lo manifiesto a los ojos de todos. “Así pues, la misericordia de Dios no es
una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor,
que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de
sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor
“visceral”. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural,
hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón” (Misericordiae vultus, 6). “Este amor se ha hecho ahora
visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino
amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se
le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre
todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y
sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de
misericordia. Nada en Él es falto de compasión” (Misericordiae vultus, 8).
3) Vivimos
también en un mundo sediento de trascendencia, de anchura y profundidad, de
omniabarcancia, de permanencia y de eternidad. “Repetir continuamente «Eterna es su misericordia», como lo
hace el Salmo, parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo
para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera
decir que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará
siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre” (Misericordiae vultus, 7). Nuestro mundo busca liberarse de los
límites y de las fronteras, anhela no estar circunscrito a demarcaciones o
confines, desea ir más allá de cualquier límite, incluso más allá de los
límites propios de la Iglesia, y “la
misericordia posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia” (Misericordiae vultus, 23). Nuestro mundo
busca descubrir la trascendencia en todo, incluso en la inmanencia, en el mismo
mundo y en lo humano que se abre paso en medio de él. La misericordia revela
aquello de divino que late en el fondo de lo humano, la misericordia transforma
la historia humana en historia de salvación; la misericordia vuelve a ese
torbellino azaroso de instantes y acontecimientos fugaces y cambiantes una
historia en la que los seres humanos son liberados y pueden dirigirse hacia su
plenitud.
4) Nuestro
mundo, al hallarse en la era de la información y de las comunicaciones, valora
mucho la comunicación, pero no sólo la fría comunicación efectiva e informativa
sino también la cálida comunicación afectiva, cargada de sentimientos y
emociones, que busca comprender y compadecer. La misericordia se pronuncia en
el lenguaje del amor, en la lingua
amoris, se escribe con el alfabeto del perdón, se entiende en la
inteligencia del amor, en el intellectus
amoris, en la sabiduría del corazón, en la sapientia cordis, en ese corazón que, según Blaise Pascal, tiene
razones que la misma razón no entiende. “Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que
ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus
gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las
personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre” (Misericordiae vultus, 12).
5) Nuestro
mundo, al ser un mundo en constante movimiento, es un mundo sensible al cambio
y al dinamismo. La misericordia no es estatismo ni quietud ni pasividad. La
misericordia no busca dejar las cosas como están ni conservar inmóviles o intactas
las cosas o las situaciones. La misericordia no detiene el movimiento del mundo
ni congela los cambios de la historia; en realidad ella tiene el poder de
motivarlos, de darle un nuevo impulso y orientación hacia la plenitud de los
tiempos; la misericordia es el motor de la historia en la que los seres humanos
trazan sus sendas; la misericordia es el combustible, el energético, alimento
que nos prepara “para una fecunda
historia, todavía por construir con el compromiso de todos en el próximo
futuro” (Misericordiae vultus, 5).
6) Nuestro
mundo, lastimado por el odio y el rencor, se muestra ávido y sediento de consuelo
y perdón. “En las parábolas
dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un
Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y
superado el rechazo con la compasión y la misericordia. (…) En estas parábolas,
Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En
ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la
misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el
corazón y que consuela con el perdón” (Misericordiae vultus, 9). “Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que
ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus
verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia,
porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de
las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para
nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir” (Misericordiae vultus, 9).
Actividad:
a la luz de lo anterior, comente los siguientes dos pasajes de la bula de
convocación del jubileo extraordinario de la misericordia Misericordiae vultus, del papa Francisco:
Pasaje
1
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“Tal vez por mucho tiempo nos hemos
olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte,
la tentación de pretender siempre y solamente la justicia ha hecho olvidar
que ella es el primer paso, necesario e indispensable; la Iglesia no obstante
necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa.
Por otra parte, es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra
cultura se desvanece cada vez más. Incluso la palabra misma en algunos
momentos parece evaporarse. Sin el testimonio del perdón, sin embargo, queda
solo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto
desolado. Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del
anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para
hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El
perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para
mirar el futuro con esperanza” (núm.
10).
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Pasaje
2
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“Si Dios se detuviera en la justicia
dejaría de ser Dios, sería como todos los hombres que invocan respeto por la
ley. La justicia por sí misma no basta, y la experiencia enseña que apelando
solamente a ella se corre el riesgo de destruirla. Por esto Dios va más allá
de la justicia con la misericordia y el perdón. Esto no significa restarle valor
a la justicia o hacerla superflua, al contrario. Quien se equivoca deberá
expiar la pena. Solo que este no es el fin, sino el inicio de la conversión,
porque se experimenta la ternura del perdón. Dios no rechaza la justicia. Él
la engloba y la supera en un evento superior donde se experimenta el amor que
está a la base de una verdadera justicia. (…) Esta justicia de Dios es la
misericordia concedida a todos como gracia en razón de la muerte y
resurrección de Jesucristo.” (núm. 21).
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