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sábado, 5 de marzo de 2016

¡Que no nos roben la alegría de evangelizar!

Objetivo
Renovar el gozo y la alegría del encuentro con Cristo, para que desde un renovado entusiasmo por la Buena Noticia replanteemos las palabras, los gestos y las actitudes con las que anunciamos este evangelio al mundo.

1.      Ubiquemos (ver)
Es relativamente común encontrarnos en situaciones en las que misioneros, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos comprometidos, etc. se enfrentan al desánimo e incluso a la desesperación, ante la dificultad de evangelizar en las circunstancias actuales. Las personas ya no se dejan arrastrar tan fácilmente por creencias populares o arraigadas en la cultura de sus padres o pueblos. Pareciera que presentar el evangelio es una tarea imposible o por lo menos plagada de dificultades que la transforman en una lucha titánica que rema contra la corriente y por lo mismo obtiene frutos pequeños o insignificantes.

En otras ocasiones la actividad evangelizadora pareciera enfocarse en puntos tan precisos que, ante la pluralidad de culturas, formas de pensar, en general, ante las diferentes realidades de nuestro presente, muchos quedan excluidos como destinatarios de la Buena Noticia de Jesús. Solo basta pensar en los nativos digitales (las generaciones que nacen y se sienten en casa en el mundo digital), en el mundo de los negocios, en la política, militares, académicos, etc. para darnos cuenta que los muchos esfuerzos por llevar el evangelio “a todas las gentes” pudiera parecer imposible. Aquí la nueva y grande dificultad es la aparición de nuevos lenguajes para los que muchas veces el lenguaje de Iglesia es extraño, anacrónico e incluso incomprensible.

A todo esto sumemos que a pesar que todos los bautizados estamos llamados a ser misioneros del evangelio de Jesús, la realidad es que la tarea evangelizadora aún está relegada a unos cuantos, los cuales carecen muchas veces de los recursos, la capacidad, la motivación o incluso la voluntad para hacer presente a Cristo en medio del mundo.

Hace tiempo nos recordaba el Papa Pablo VI que “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio” (EN 41). Sin embargo, pareciera que aún los testimonios son poco confiables, muchas creencias, ideologías e incluso grupos fanáticos aportan gustosamente testigos que defienden su causa, con palabras y acciones comprometidas y coherentes.

Otro grave problema en la tarea del evangelizador que realmente se preocupa por llevar la Buena Nueva a los demás es la fragmentación de las actividades y esfuerzos eclesiales, pareciera que muchos movimientos, grupos e incluso diócesis y parroquias, trabajan de forma aislada, como si se siguieran diferentes evangelios o diferentes mandatos de Jesús, o si las prioridades en el anuncio dependieran de la espiritualidad o forma de vivir el evangelio de los distintos sectores eclesiales. En un discurso reciente Mons. Rino Fisichella nos decía “uno de los graves problemas que tenemos en esta coyuntura es originado por la fragmentariedad.  Tenemos miles de experiencias positivas pero no un proyecto compartido que les dé continuidad. Sin continuidad, estaremos cambiando continuamente nuestros esquemas pero ellos jamás tendrán la eficacia que deseamos. El fragmento está marcado por la esterilidad, el proyecto unitario por la fecundidad. Tal vez la conversión pastoral de la cual tanto hablamos debería encontrar en este compartir su punto de partida”.

Finalmente, hablando de lo que hacemos mejor como el kerigma o la catequesis nos encontramos con que en ocasiones la formación que brindamos es esquemática, comprensible, clara y entendible pero por razones aún por analizar y corregir, llega a separar los contenidos de la vida (el Papa Benedicto XVI lo llamó en una ocasión esquizofrenia de los cristianos), de tal forma que la formación no es integral, nos lleva a formar maestros expertos en contenidos, pero no a discípulos responsables y libres. 

¿Quién es responsable de este vacío y desánimo en la tarea evangelizadora? Nos podemos encontrar con diferentes respuestas dependiendo a quién preguntemos: se escuchan voces –especialmente en la jerarquía- que acusan a los padres de familia actuales: débiles y timoratos que no transmiten adecuadamente la fe a sus hijos; a laicos señalando la poca responsabilidad de consagrados y ordenados dedicados a muchas tareas distintas al anuncio del evangelio; otros a los medios de comunicación, al hedonismo de nuestra sociedad, al capitalismo de las multinacionales, al diablo…

2.      Pensemos (juzgar)

El Santo Padre Francisco nos ha invitado, casi desde el inicio de su pontificado a transformar la Iglesia desde el interior de cada uno de nosotros, no podemos hablar de Buena Noticia si las actitudes del discípulo misionero actual no corresponden a las de alguien que se ha encontrado cara a cara con el Señor Jesús. Un encuentro verdadero con el resucitado nos previene de la amargura a la que nos puede llevar estas percepciones o constataciones.

El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado” (EG, 2).

Alejarse del Señor nos puede llevar a perder la alegría y entra en su lugar el pecado, la tristeza, el vacío interior y el aislamiento. La tristeza individualista de la que nos previene el Papa tiene un origen: La comodidad es una de las principales causas para que una persona se instale en un bienestar egoísta, una persona que sólo se esfuerza para satisfacer los intereses propios. Además, está la avaricia, que implica un movimiento acaparador que contradice no sólo al Evangelio, sino al mismo espíritu humano que aspira a la grandeza y la generosidad. Cuando ambas, comodidad y avaricia, convergen en el corazón de una persona, la llevan a una soledad por partida doble: ésta ya no quiere estar con los demás y viceversa.

Los placeres superficiales generalmente son asociados con los pecados de los sentidos. Sin prescindir de éstos, es importante resaltar también todo tipo de superficialidad, especialmente la que aparenta profundidad. Algo que el Papa condena particularmente es la “mundanidad espiritual”, mal no exclusivo pero sí notorio en los cristianos: “[…] la mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal” (EG, 93).

Como ya menciona el Santo Padre, es cada vez mayor la contradicción entre la oferta de consumo —de la que se esperaría por lo menos un mínimo encuentro de tipo mercantil— y la despersonalización de las relaciones humanas; la tecnología, creada para mejorar la vida de los hombres, lleva muchas veces al aislamiento casi total, llegando a extremos en los que los usuarios pierden el contacto con los más cercanos; en el ámbito religioso parece haber también una conciencia que, buscando afirmar su autonomía, se desliga de compromisos comunitarios y pretende una espiritualidad y praxis religiosa individual y aislada.

Todo lo anterior nos lleva a hacernos preguntas válidas, y el papa nos responde desde la Evangelii Gaudium con realismo y esperanza:

¿Es indispensable conservar lo que tenemos sin arriesgar nada? ¿Se puede tener miedo a equivocarse, a ser una Iglesia lastimada por el error?
Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad” (EG, 27).

¿Podemos justificar lo que hemos hecho y seguimos haciendo basados en los 2000 años de éxito de nuestra fe? ¿Podemos esperar confiadamente en que el Señor no abandona a su Iglesia y por lo mismo encontrará la forma de volver a ponerla en el centro de la vida del hombre actual?
La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía” (EG, 33).

¿Podemos seguir hablando como lo hemos hecho hasta ahora? ¿Podemos seguir erigiéndonos en maestros de vida?
Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia. Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que realmente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante” (EG, 35).

3.      Realicemos (actuar)

¿Cómo involucrar de nuevo a nuestros hermanos en el deseo de volver a Cristo para luego llevarlo a los demás?

¿Qué lenguaje o lenguajes nos sirve para rehacer la comunicación con el hombre de hoy?

¿Basta con quitar la cara de funeral? ¿Cómo podemos reflejar de nuevo la alegría del encuentro con el Señor y la alegría de evangelizar?


4.      Festejemos (celebrar)

Leer Lc 15, 11-24

En un momento de reflexión, recordemos las formas, los gestos, las palabras, las actitudes con las que hemos trabajado en la evangelización, no solo de los lejanos o “destinatarios” de la misión, sino de nuestros hermanos más cercanos.

Recordemos las palabras del Santo Padre Francisco:
Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor. Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!” (EG, 3)

5.      Comprometámonos (asimilar)

¿Permitimos que nos roben la alegría de evangelizar?
¿Qué o quiénes?

¿Cómo recuperar esta alegría?

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