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sábado, 5 de marzo de 2016

María Misionera causa nostrae laetitia.

María en la Historia de la Salvación.

Es indiscutible la importancia de María, la Madre del Señor, en la acción evangelizadora de la Iglesia. En el Mensaje DOMUND de este año, el Santo Padre nos pide, además de apreciarla como modelo del cristiano por su disponibilidad y humildad, recordar que ella es “causa de nuestra alegría”,  como lo decimos en las letanías de cada rosario.

El acontecimiento clave de la salvación dada a los hombres es el misterio de la Encarnación. Dios se hace hombre y comparte con la humanidad las fatigas y las alegrías, para mostrarnos como vivir plenamente en el amor. María fue elegida por Dios para participar en este misterio de Salvación, y ella acepta y asume plenamente lo que Dios le pide.

La comunidad eclesial ha considerado desde el principio que María ocupa un lugar excepcional en la Historia de la Salvación y que, siendo ella misma miembro de la Iglesia es a la vez modelo e intercesora de todos los demás en la comunidad eclesial. Por eso, al hablar acerca de la labor evangelizadora de la Iglesia, no se puede dejar de lado a la Virgen María y su cercanía con la misión.

             Sin embargo, -de modo curiosamente parecido a lo que pasa con Jesús- muchas veces se cubre la imagen de María de Nazaret con “velos” que la hacen parecer un ser desligado de la realidad cotidiana, una figura tan excepcional que, si bien merece devoción y respeto, puede aparecer distanciada de una mujer que en realidad fue. Algunas imágenes dadas a la veneración de los fieles, si bien resaltan la figura de María como “Reina del cielo”, “vencedora de la serpiente” o “siempre Virgen” pueden llegar a ocultar la figura sencilla, pequeña, de una joven de un pequeño pueblo, que llena de fe, esperanza y amor, sabe aceptar y asumir con humildad la responsabilidad de participar en el proyecto salvador de Dios.

Los Evangelios nos presentan a María como Madre de Jesús, es decir, siempre en relación a él, pero no cualquier relación, sino desde dos perspectivas: como madre y como discípula. Dos elementos que no se pueden desligar sin caer en excesos respecto a la figura de María.

·         Así, para Lucas es una joven de una ciudad de Galilea llamada Nazaret, es llamada “llena de gracia” (Lc 1, 27-28), ella representa a todo Israel en el himno “Magnificat” (Lc 1, 46-55), es quien conserva todos los recuerdos y los medita en su corazón (Lc 2, 19.51), busca a Jesús y lo confronta (Lc 2, 48), ella es dichosa porque escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica (Lc 8, 21), y finalmente ella acompaña a los Apóstoles en Pentecostés (Hech 2, 14).
·         En el Evangelio de Juan, aparece como la intercesora en las Bodas de Caná quien dice: “hagan lo que él les diga” (Jn 2, 1-11), ella acompaña a Jesús en la Cruz junto con el discípulo que Jesús amaba (Jn 19, 25-27)
·         Mateo la presenta como esposa de José y madre virgen de Jesús (Mt 1, 16-25), recibe a los Magos de oriente (Mt 2, 10-12), con José y el niño Jesús se refugian en Egipto (Mt 2, 13 -15), vive sencillamente en Nazareth (Mt 2, 19-23), ella cumple la voluntad del Padre (Mt 12, 50), además aclara que su origen sencillo llega a ser causa de contradicción para algunos oyentes de Jesús (Mt 13, 53-58).

En la Tradición de la Iglesia se aprecia una evolución de lo que se afirma de María hasta llegar a las nociones que ahora son aceptadas como católicas: “el paralelo entre Eva y María, frecuente a partir del siglo II. El mismo siglo II aporta ya la analogía entre María y la Iglesia. También en el siglo II la virginidad de María se aplica por primera vez al parto, y en el siglo III, a toda la vida de María. A comienzos del siglo IV empieza a emplearse la expresión «madre de Dios», y, finalmente, en los siglos IV y V, se va abriendo camino la idea de su exención del pecado. Con ello, hacia la mitad del siglo V, están ya perfilados los rasgos básicos de la mariología. Las doctrinas posteriores —su preservación del pecado original, su glorificación corporal y su participación en la obra redentora— serán una consecuencia y una explanación de aquellos datos básicos”.[1]
           
            Es substancialmente notorio que lo que se puede decir de María no aparece como algo accesorio para los primeros cristianos sino más bien fundamental, el mismo Ignacio de Antioquia decía que la virginidad de María, su parto y la muerte de Cristo son “mystería grauges”[2], misterios que hay que anunciar a gritos.

También se ha visto en la figura de María un paralelo con Eva, la primera mujer; así Justino en su Dialogo con Trifón dice: «Como virgen e intacta, Eva concibió la palabra de la serpiente y dio a luz desobediencia y muerte. Pero la virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel le anunció la buena nueva... y respondió: Hágase en mí según tu palabra»[3]. Este paralelo presenta a María como un modelo de la humanidad, si Eva es la humanidad que se puede corromper, María es la humanidad que acepta la Palabra y por ello concibe fe y alegría.

En otros Padres como Ireneo de Lyon más bien se compara a María con la Iglesia, “Partiendo de que «el nacimiento nuevo e inesperado de Cristo ex virgine» es el fundamento y el núcleo de nuestro propio renacer, llega a la convicción de que la fe y el bautismo, la Iglesia, que operan este renacer de nuevo, tienen una exacta y profunda correspondencia con la virgen María”[4]. La maternidad de María y la maternidad de la Iglesia aparecen en perfecta relación, María da a luz a Cristo y la Iglesia a “otros cristos”.

         Los títulos de María tienen su origen en las comunidades cristianas que no podían relegar a quien obviamente tiene un lugar preponderante en la Historia de la Salvación, y posteriormente fueron acuñados como títulos mariológicos. Así, “siempre virgen” (aeiparténos) aparece con Pedro de Alejandría en el s. IV; “Madre de Dios” (teotokos) es puesto a comienzos del s. IV en la oración “Bajo tu amparo” en un papiro egipcio y definido en el Concilio de Éfeso[5].

        Como podemos observar después de un repaso muy general, y omitiendo por razones de espacio, las múltiples formas de devoción, reflexión y espiritualidad sobre la figura de María, se puede vislumbrar la evolución y el perfeccionamiento de la visión cristiana católica acerca de la Virgen María, llena de simbolismos, matices y con una profundidad en la que vale la pena sumergirse.


El Evangelio se revela a los pobres y humildes

            El Antiguo Testamento centra gran parte de sus nociones acerca de Dios, del hombre y de la relación entre ellos, en figuras, en ocasiones abstractas, pero las más de las veces en formas muy concretas. Un ejemplo de esto es la figura del “pobre” que aparece con bastante frecuencia tanto en la narrativa de la liberación de Israel en Egipto, como en primera persona en los salmos de súplica a Dios, entre otros muchos pasajes. 

            En el Himno del Magnificat que aparece en el Evangelio de Lucas (Lc 1, 46-55) se resumen las esperanzas de Israel y de todos los fieles que elevan sus oraciones al Señor, con la particularidad que en este canto ya no aparece en forma de súplica sino de afirmación, agradecimiento y contemplación ante la grandeza, bondad y generosidad del Dios de Israel.

            Un teólogo contemporáneo ha dicho del Magnificat “Es una oración única que sólo pudo decirse una vez y para siempre, en el centro de la Historia; pero, al mismo tiempo, es oración permanente y universal que nos abre a la experiencia de transformación mesiánica del mundo. Sin ninguna vacilación, en nombre propio, como portadora de la voz israelita y representante de la humanidad, María ofrece en su Magnificat el más hermoso canto al Dios cristiano”[6]. El Magníficat es muy interesante tanto desde una perspectiva literaria como en cuanto su contenido teológico-antropológico. María habla de Dios, y también habla de su propia persona.

            María hace dos afirmaciones sobre sí misma; primera: “Él ha mirado la pequeñez de su sierva; grandes cosas ha hecho en mí el Poderoso”; y segunda: “He aquí que desde ahora me felicitarán todas las generaciones”. En la primera afirmación se establece un equilibrio entre la pequeñez que María reconoce en su humanidad y las grandes cosas que puede hacer Dios por pura generosidad; en la segunda, más allá de una frase en la que María se envanezca, es más un reconocimiento de la gracia especial que María recibe y por la que tiene un lugar propio en la Historia de la Salvación.

            Un elemento importante es la mirada de Dios, “Él ha mirado la pequeñez…” Que hace un eco amplificado de la mirada de Dios sobre la creación “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 1, 31), pero también la mirada sobre el mal que oprime a los pequeños (Ex 3, 7) “Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto…” Dios mira y se complace en su creatura, en una alegría que no se agota en ella sino que “se extiende de generación en generación”.

            Además, está la alegría de María al contemplar la acción salvadora de Dios “se alegra mi espíritu en Dios, mis Salvador”. ¿De qué forma Dios alegra el espíritu del hombre?
·         En primer lugar porque Dios es Kyrios-Señor (1, 46). Dios de Israel y Creador del universo, es él quien dirige la Historia y la Vida, ama y se acerca a la humanidad, es fiel a sus promesas y se excede en bondad con los hombres. 
·         Dios es también Soter-Salvador (1, 47). Ama a todos los hombres, pero se dirige especialmente a los pobres, a los pequeños, a los que no tienen quien vele por ellos. La Salvación es para todos pero solo llega cuando la justicia se convierte en realidad en las relaciones humanas.
·         Dios es Dynatos-Poderoso (1, 49). Muestra el verdadero poder, a diferencia de los “poderosos” que lo son en cuanto pueden más que los demás, Dios muestra su poder invirtiendo lo que parece imposible eleva al oprimido y al hambriento y despoja al soberbio.
·         Dios es Hagios-Santo (1, 49). La santidad de Dios no es un elemento que lo aísle o separe del mundo, más bien se manifiesta cuando se logra la unidad en los seres humanos. “Y las naciones sabrán que yo soy Yahvé, cuando yo, por medio de vosotros, manifieste mi santidad a la vista de ellos. Os tomaré de entre las naciones os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestro suelo” (Ez 36, 23-24); lo que culmina en la oración comunitaria por excelencia, la oración que Jesús nos enseña “Vosotros, pues, orad así: Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre” (Mt 6, 9)[7].

            Estos 4 “títulos” dichos por María respecto de Dios expresan la respuesta a la esperanza de una humanidad sedienta de sentido y de bondad. Muestran lo que Jesús y su Evangelio revelan con mayor profundidad, que Dios ama a la humanidad y le ofrece un proyecto de vida como un solo pueblo. Al mismo tiempo, indican lo que el Papa Francisco ha remarcado insistentemente, que el encuentro con el Dios de Jesús suscita una profunda alegría “De este encuentro con Jesús, la Virgen María ha tenido una experiencia singular y se ha convertido en “causa nostrae laetitiae”. Y los discípulos a su vez han recibido la llamada a estar con Jesús y a ser enviados por Él para predicar el Evangelio (cf. Mc 3,14), y así se ven colmados de alegría. ¿Por qué no entramos también nosotros en este torrente de alegría?”[8].

            Finalmente en el Magnificat se remarca en el acontecimiento de la maternidad de María, como la aceptación del «siervo Israel» y el cumplimiento de las promesas hechas a Abraham. De esta forma, se ubica la actitud de María frente a su propia elección, ella se habla, al mismo tiempo, en nombre de Israel, de la Iglesia y de la humanidad.


María, madre de la evangelización

            Mucho se ha dicho en las comunidades eclesiales que María tiene una especial relación con la Misión. “Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización” (EG, 284).

            El Santo Padre nos dice que la base para considerar a María como un referente obligado en la Evangelización, es el sentido especialmente comunitario de la Madre de Jesús, es decir, que “Con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María” (EG, 284). Es por eso que, más que comentar lo que el Santo Padre ha dicho de María y su relación con la Evangelización parece mucho más provechoso darle relieve a su visión mariana de la Misión.

·         «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego le dijo al amigo amado: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26-27). Estas palabras.. son… una fórmula de revelación que manifiesta el misterio de una especial misión salvífica. Jesús nos dejaba a su madre como madre nuestra. Sólo después de hacer esto Jesús pudo sentir que «todo está cumplido» (Jn 19,28). (EG, 285)

·         Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio. Al Señor no le agrada que falte a su Iglesia el icono femenino. (EG, 285)

·         Ella, que lo engendró con tanta fe, también acompaña «al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (Ap 12,17). La íntima conexión entre María, la Iglesia y cada fiel, en cuanto que, de diversas maneras, engendran a Cristo. (EG, 285)

·         María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. (EG, 286)

·         Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. (EG, 286)

·         Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. (EG, 286)

·         Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. (EG, 286)

·         Ella es la mujer de fe, que vive y camina en la fe. (EG, 287)

·         Ella se dejó conducir por el Espíritu, en un itinerario de fe, hacia un destino de servicio y fecundidad. (EG, 287)

·         En esta peregrinación evangelizadora no faltan las etapas de aridez, ocultamiento, y hasta cierta fatiga, como la que vivió María en los años de Nazaret, mientras Jesús crecía. (EG, 287)

·         Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. (EG, 288)

·         Es también la que conserva cuidadosamente «todas las cosas meditándolas en su corazón» (Lc2,19). María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos. (EG, 288)

·         Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás «sin demora» (Lc 1,39). (EG, 288)


Preguntas.

1.      Al igual que pasa con la imagen de Dios y la de Jesús, la forma de percibir a María por parte de los agentes de la evangelización tiene una notable influencia en la forma de evangelizar. ¿Qué imagen de María parece predominar tu comunidad eclesial? ¿De qué manera ha influido para la transmisión del Evangelio?

2.      El canto del Magnificat nos muestra el relieve que se da en el Mensaje de Salvación a los pobres y los humildes. ¿Nuestros procesos evangelizadores tienen clara esta prioridad? ¿Qué otros aspectos pueden recibir mayor atención de nuestra parte?

3.      El Santo Padre Francisco ha puesto a María como “nuestra Señora de la prontitud” en el sentido de “salir” a favor de los demás sin demora. ¿Cómo hemos trabajado el aspecto misionero Ad gentes en nuestra comunidad? ¿Cuánto se ha avanzado?






[1] Müller, Alois; Misterium Salutis, p.  871
[2] Ignacio, Ef 19,1
[3] Justino, Diálogo con Trifón, cap. 100: PG 6, 709-712
[4] Müller, Alois; Misterium Salutis, p. 874
[5] Papiro n. 470, John Rylands Library, Manchester. Cf. O. Stegmüller, Sub tuum praesidium. Bemerkungen zur altesten Überlieferung: ZKTh 74 (1952) 76-82; J. Cecchetti, Sub tuum praesidium: ECatt XI (Ciudad del Vaticano 1953) 1468-1472 (reproducción y cotejo del texto). Cf. DACL I (París 1924) 2296s.
[6] Pikaza, Xabier; Dios judío, Dios cristiano, p. 338
[7] Cfr. Pikaza, Xabier; Dios judío, Dios cristiano, p. 342.
[8] Mensaje DOMUND 2014

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