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lunes, 7 de marzo de 2016

En un mundo cambiante, ¿cómo hablar de la misericordia?

Taller
En un mundo cambiante, ¿cómo hablar de la misericordia?
XIII Jornadas del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de la Universidad Pontificia de México, del miércoles 2 al viernes 4 de marzo de 2016

Ciudad de México, jueves 3 de marzo de 2016

Objetivo del taller: tomar consciencia de las condiciones y situaciones del mundo actual que, aun en medio de contextos adversos y desafiantes, constituyen lugares propicios para la vivencia de la misericordia.

Primer momento: Un mundo cambiante
Ver al mundo desde el cambio—. Hacia la mitad del siglo sexto de nuestra era un filósofo y matemático bizantino, Simplicio de Cilicia, atribuyó la frase griega Πάντα ῥεῖ” (todo fluye) a Heráclito, el antiguo filósofo de Éfeso del que hablaron también Platón en su diálogo Cratilo y Aristóteles en los libros I, IV y XII de su Metafísica. Así pues, entre los siglos V y VI antes de nuestra era, en la Grecia antigua, se fraguó la doctrina ontológica que conocemos bajo el nombre del “perpetuo devenir” o del “flujo perpetuo”, la cual concebía a todo cuanto existe en un constante e irremediable cambio y transformación. Un poco más de veinticinco siglos después, esta doctrina ontológica se convirtió, la mayoría de las veces de modo inadvertido, en una muy común y popular manera de ver el mundo y la realidad. Las últimas décadas han sido un continuado escenario de cambios drásticos y profundos en todo el planeta —cambios estructurales sociales y políticos, mundialización de la economía y el comercio, globalización, desarrollos científicos y tecnológicos, etcétera—, cambios que han llenado páginas y páginas en innumerables trabajos y estudios de las sociedades contemporáneas. Inclusive no han faltado quienes sostienen que se ha fraguado un cambio de época. El cambio de época se ha ido abriendo paso inexorablemente y de modo vertiginoso, dando lugar a una nueva época marcada precisamente por el cambio.
Las personas también cambian—. Pero no es sólo el mundo, las cosas, los hechos o el contexto lo que cambia, sino que también las personas viven —y muchas veces padecen— en mayor o en menor medida un cambio. En general, puede identificarse este cambio gradual y apresurado en las actuales generaciones que se van sucediendo, en sus cosmovisiones, en sus comportamientos y en las maneras de dirigirse en medio del mundo y de la sociedad. Por ejemplo, los jóvenes de ahora cuentan con ideales, modelos, paradigmas y otro tipo de referencias bastante diferentes de los de los jóvenes de hace tres o cuatro décadas. En el ámbito de las modas, los jóvenes de hoy ven con bastante lejanía y extrañeza ciertos tipos de ropa, de cortes de cabello, de juegos, de intereses, de frases,  de expresiones, de gustos, etcétera, aunque en realidad no sea mucho el tiempo que esas cosas han dejado de estar de moda; se habla de la música de los setenta y de los ochenta como si fuera música antigua, que ha pasado a ser anticuada o, en mejores casos, música que se ha vuelto ‘clásica’ o parte de una moda ‘retro’. Pero no solamente los jóvenes han sido sujetos del cambio de época, sino toda la sociedad ha estado sujeta a este mundo de transformaciones.
En medio del cambio, los riesgos del eterno retorno de lo mismo—. Pero ¿qué sucede si todo cambia, si todo pasa y nada permanece? Si nada es fijo o estable, si todo pasa y nada queda, deja de haber referencias, nortes, principios, fundamentos, verdades, puntos absolutos y objetivos que valgan para todos y que permitan una orientación. En este torbellino interminable de momentos y acontecimientos el sujeto, la persona humana termina disolviéndose y siendo engullido por ese tornado azaroso y fortuito de instantes y eventos. En esta inconsistente realidad, el sujeto humano tampoco permanece, tampoco queda y se vuelve un prisionero del devenir, un reo de lo que aquel profeta de la postmodernidad llamó el “eterno retorno de lo mismo”, sumergido en una realidad inapresable y orillado irremediablemente al tedio y al fastidio que emergen de la era del vacío y del sinsentido. Max Weber, recogiendo una expresión de George Simmel, denominó a estos rehenes de la era del vacío los “últimos hombres”, “especialistas sin espíritu, hedonistas sin corazón”. No es de extrañar, por lo demás, que en esta realidad sin substancia ni consistencia, termine dándose lo que los analistas de la cultura han llamado en unas ocasiones el “eclipse de Dios” o, en otras, llanamente la “muerte de Dios”. Así, en medio de este mundo sin verdades ni dioses, desterrados de cualquier centro o incluso de cualquier sitio particularmente interesante, igualados al sin fin de cosas que acontecen sin ton ni son en el torrente del mundo, “hartos de todo, llenos de nada”, como reza uno de nuestro himnos, los habitantes de la nueva “jaula de hierro” terminan buscando asirse desesperadamente a cualquier cosa que se les presente a la mano en un intento de hallar un sentido, una razón, un porqué al menos aparente, teniendo lugar lo que Hugo Hiriart escribe en su fascinante Galaor: “Si tan sólo te ocurren cosas, si los hechos te recubren, te bañan como el agua del río, entonces, nada tiene sentido; entonces tienes que pensar e inventar para que todo simule tener sentido”.

Actividad: en equipos plantee y responda las siguientes preguntas:
Pregunta 1
Dirigiendo una mirada al entorno en el que vives, ¿cuáles han sido los cambios más drásticos o los que más profundamente han afectado tu vida en los últimos años?
Pregunta 2
Haciendo una comparación muy general entre nuestro mundo presente y el mundo como era hace unos treinta o cuarenta años, ¿cuáles crees que sean los aspectos en los que puede verse con claridad que las personas han cambiado?
Pregunta 3
Desde tu experiencia personal, ¿cuáles crees que sean las principales consecuencias que el cambio de época ha traído para la manera como las personas ven y valoran el mundo y la vida?


Segundo momento: La misericordia en un mundo cambiante
La misericordia como principio—. Ante la desolación de un mundo sin sentido ni consistencia, en el siglo pasado algunos pensadores intentaron rescatar algo del poco valor que quedaba en el mundo y en el ser humano. Así, por ejemplo, apareció el Principio esperanza, del gran filósofo neomarxista Ernst Bloch, quien partiendo de eso que el ser humano tiene ante sí, de lo que se halla en espera, en el temor a perderse o en la esperanza de lograrse, de esos sueños que las personas sueñan cuando están despiertas, este filósofo delinea la posibilidad de un mundo más humano para todos los seres humanos. Bastante tiempo después, otro filósofo también de origen judío, pero en las antípodas respecto de la orientación ideológica de Bloch, Hans Jonas, escribe el Principio responsabilidad: ensayo de una ética para la civilización tecnológica. Esta obra incluye el deber moral de proteger la naturaleza en razón de la constatación del gran poder de transformación de la tecno-ciencia, por la cual el ser humano irresponsablemente ha llegado a poner en peligro a planeta en tanto un mundo habitable por él, y, en consecuencia, se ha puesto en peligro a sí mismo. Como puede observarse, el giro está puesto en la responsabilidad, que es la carga de la libertad, que obliga al hombre a actuar con cautela y humildad de cara a un futuro real previsible.
Pero vayamos a otra obra que, para nuestro tema, nos puede interesar más, una obra esta vez no filosófica sino teológica: el Principio misericordia, del gran teólogo vasco Jon Sobrino. Esta obra redescubre que la reacción fundamental ante este mundo de víctimas es el ejercicio consecuente de la misericordia, pero no entendida como el conjunto de “obras de misericordia”, sino como estructura fundamental de la reacción ante las víctimas de este mundo. Esta estructura consiste en que el sufrimiento ajeno se interioriza en uno, y ese sufrimiento interiorizado mueve a una re-acción (acción, por lo tanto) sin más motivos para ello que el mero hecho del herido en el camino. Como nos lo muestra la revelación, “la misericordia es la reacción correcta ante el mundo sufriente, y que es reacción necesaria y última; que sin aceptar esto no puede haber ni comprensión de Dios ni de Jesucristo ni de la verdad del ser humano, ni puede haber realización de la voluntad de Dios ni de la esencia humana. Aunque la misericordia no sea lo único, es absolutamente necesaria en la revelación (y en último término, véase Mt 25, absolutamente suficiente)” (El principio misericordia, p. 67).
Sobrino insiste en que la misericordia no debe ser sólo una actitud que está (o no está) en el inicio de todo proceso humano, sino que es un principio que configura todo el proceso posterior. “Por «principio-misericordia» entendemos aquí un específico amor que está en el origen de un proceso, pero que además permanece presente y activo a lo largo de él, le otorga una determinada dirección y configura los diversos elementos dentro del proceso. Ese «principio-misericordia» —creemos— es el principio fundamental de la actuación de Dios y de Jesús, y debe serlo de la Iglesia” (El principio misericordia, p. 32). La obra del teólogo se vuelve crítica de una humanidad sin misericordia, que alaba las obras de misericordia pero que ella misma no puede guiarse por el principio misericordia.
La misericordia como actitud fundamental y como forma de ser y de actuar—. La misericordia es más que un gesto o un sentimiento; ella “informa todas las dimensiones del ser humano: la del conocimiento, la de la esperanza, la de la celebración y, por supuesto, la de la praxis. Cada una de ellas tiene su propia autonomía, pero todas ellas pueden y deben ser configuradas y guiadas por uno u otro principio fundamental. En Jesús —como en su Dios—, pensamos que ese principio es el de la misericordia” (El principio misericordia, p. 38).
Esto se puede aplicar también a la Iglesia: “Este «principio-misericordia» es el que debe actuar en la Iglesia de Jesús; y el pathos de la misericordia es lo que debe informarla y configurarla. Esto quiere decir que también la Iglesia, en cuanto Iglesia, debe releer la parábola del buen samaritano con la misma expectativa, con el mismo temor y temblor con que la escucharon los oyentes de Jesús: qué es lo fundamental; en qué se juega todo. Muchas otras cosas deberá ser y hacer la Iglesia; pero, si no está transida —por cristiana y por humana— de la misericordia de la parábola, si no es, antes que nada, buena samaritana, todas las demás cosas serán irrelevantes y podrán ser incluso peligrosas si se hacen pasar por su principio fundamental” (El principio misericordia, pp. 38s).
Hablar de la misericordia en un mundo cambiante—. A pesar de los matices catastrofistas que frecuentemente ensombrecen los actuales escenarios mundiales, hay que reconocer que no todo está perdido: aun en este mundo dañado por la inclemencia, la avaricia, el egoísmo, la indiferencia y la inhumanidad, hay un resto que se mantiene sensible a ciertas causas o valores que ennoblecen al ser humano y al mundo en el que habita.
1) Vivimos en un mundo sensible, por ejemplo, a las grandes causas y luchas en favor de la justicia. “La misericordia no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer. La experiencia del profeta Oseas viene en nuestra ayuda para mostrarnos la superación de la justicia en dirección hacia la misericordia” (Misericordiae vultus, 21). “No son dos momentos contrastantes entre sí, sino dos dimensiones de una única realidad que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor” (Misericordiae vultus, 20).
2) Asimismo vivimos en un mundo sensible e interesado por lo concreto, por lo singular, lo irrepetible y lo insustituible. Incluso ante el riesgo de no advertir el bosque por estar tan interesado en el árbol, nuestro mundo busca lo concreto, lo palpable, lo tangible, lo manifiesto a los ojos de todos. “Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón” (Misericordiae vultus, 6). Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión” (Misericordiae vultus, 8).
3) Vivimos también en un mundo sediento de trascendencia, de anchura y profundidad, de omniabarcancia, de permanencia y de eternidad. “Repetir continuamente «Eterna es su misericordia», como lo hace el Salmo, parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre” (Misericordiae vultus, 7). Nuestro mundo busca liberarse de los límites y de las fronteras, anhela no estar circunscrito a demarcaciones o confines, desea ir más allá de cualquier límite, incluso más allá de los límites propios de la Iglesia, y “la misericordia posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia” (Misericordiae vultus, 23). Nuestro mundo busca descubrir la trascendencia en todo, incluso en la inmanencia, en el mismo mundo y en lo humano que se abre paso en medio de él. La misericordia revela aquello de divino que late en el fondo de lo humano, la misericordia transforma la historia humana en historia de salvación; la misericordia vuelve a ese torbellino azaroso de instantes y acontecimientos fugaces y cambiantes una historia en la que los seres humanos son liberados y pueden dirigirse hacia su plenitud.
4) Nuestro mundo, al hallarse en la era de la información y de las comunicaciones, valora mucho la comunicación, pero no sólo la fría comunicación efectiva e informativa sino también la cálida comunicación afectiva, cargada de sentimientos y emociones, que busca comprender y compadecer. La misericordia se pronuncia en el lenguaje del amor, en la lingua amoris, se escribe con el alfabeto del perdón, se entiende en la inteligencia del amor, en el intellectus amoris, en la sabiduría del corazón, en la sapientia cordis, en ese corazón que, según Blaise Pascal, tiene razones que la misma razón no entiende. “Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre” (Misericordiae vultus, 12).
5) Nuestro mundo, al ser un mundo en constante movimiento, es un mundo sensible al cambio y al dinamismo. La misericordia no es estatismo ni quietud ni pasividad. La misericordia no busca dejar las cosas como están ni conservar inmóviles o intactas las cosas o las situaciones. La misericordia no detiene el movimiento del mundo ni congela los cambios de la historia; en realidad ella tiene el poder de motivarlos, de darle un nuevo impulso y orientación hacia la plenitud de los tiempos; la misericordia es el motor de la historia en la que los seres humanos trazan sus sendas; la misericordia es el combustible, el energético, alimento que nos prepara “para una fecunda historia, todavía por construir con el compromiso de todos en el próximo futuro” (Misericordiae vultus, 5).
6) Nuestro mundo, lastimado por el odio y el rencor, se muestra ávido y sediento de consuelo y perdón. “En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. (…) En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón” (Misericordiae vultus, 9). “Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir” (Misericordiae vultus, 9).

Actividad: a la luz de lo anterior, comente los siguientes dos pasajes de la bula de convocación del jubileo extraordinario de la misericordia Misericordiae vultus, del papa Francisco:
Pasaje 1
Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente la justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable; la Iglesia no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa. Por otra parte, es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más. Incluso la palabra misma en algunos momentos parece evaporarse. Sin el testimonio del perdón, sin embargo, queda solo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto desolado. Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza” (núm. 10).
Pasaje 2
Si Dios se detuviera en la justicia dejaría de ser Dios, sería como todos los hombres que invocan respeto por la ley. La justicia por sí misma no basta, y la experiencia enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de destruirla. Por esto Dios va más allá de la justicia con la misericordia y el perdón. Esto no significa restarle valor a la justicia o hacerla superflua, al contrario. Quien se equivoca deberá expiar la pena. Solo que este no es el fin, sino el inicio de la conversión, porque se experimenta la ternura del perdón. Dios no rechaza la justicia. Él la engloba y la supera en un evento superior donde se experimenta el amor que está a la base de una verdadera justicia. (…) Esta justicia de Dios es la misericordia concedida a todos como gracia en razón de la muerte y resurrección de Jesucristo.” (núm. 21).


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